8.10.08

De mi llegada a Rivendel y mi conversación con Elrond (II)

- Mi señor, solo soy uno más en mi pueblo, quizás sobresalga por mi habilidad con el arco, pero en el resto de mi no hay nada especial.
- Aun así el mago me habló de ti y de que te buscara por las tierras de los Medianos en caso de gran necesidad. No llegó a decirme el motivo, pero me aseguró que puedes aportar gran ayuda en estos días si al final se vuelven más oscuros. Y ¡heme aquí la sorpresa! en vez de buscarte te presentas a las puertas de mi casa.
- Fuimos atacados por Nazgûl en las fronteras de La Comarca. Nuestro capitán, Halbarad, partió pocos días atrás y nos encontrábamos desorientados y sin órdenes. Decidí por mi cuenta venir en busca de consejo, ya que Mithrandir también me aconsejó venir en vuestra búsqueda en caso de gran necesidad.
- Vaya, parece que el viejo mago siempre anda tejiendo sus artimañas. Ya que estas aquí, ¿qué puedo hacer por vosotros?
- Sólo dadnos órdenes y enviadnos a donde seamos útiles. Mis compañeros y yo somos gente de batalla, quedarnos quietos en ciudad reconforta, pero demasiado tiempo nos hace inquietar. ¿Volvemos a La Comarca?
- No. Dudo que esas tierras sigan estando en peligro. Ahora el mal tiene fijo su mente en otras tierras. El pueblo de los Hombres os necesita más que los Medianos. Halbarad estuvo aquí hace pocos días y estuvimos hablando.
- ¿Halbarad? ¿Qué noticias tenéis de él?
- Partió el mismo día que vosotros llegasteis, se encaminó a Lothlorien. La Dama del Bosque le requería. Después volverá, quiere reunir a cuantos de los vuestros le sea posible para partir al sur.
- ¿Debemos partir al sur entonces?
- No creo que se demore mucho en su vuelta. Me tranquilizaría más que os quedarais aquí y que os encuentre a su regreso. Salir hacia el sur ahora puede hacer que no os encontréis por el camino y su búsqueda se prolongue. Sin embargo, también me gustaría poder contactar con el pueblo de Rohan. Necesito tener noticias de Theoden y comprobar el estado de su reino, el mal le acechará dentro de poco.
- Partiremos entonces hacia Rohan, si así nos lo ordenáis.
- Partid, pero sólo tu y dos compañeros tuyos, a tu elección. Un pequeño grupo pasará más desapercibido. Pasaros mañana al amanecer por aquí y os daré las instrucciones y el mensaje que quiero enviar. El resto haz que se queden en Rivendel. Serán bien acogidos y dentro de poco vuestro capitán regresará con noticias.
- Así se hará, muchas gracias mi señor. Si no necesitáis nada más de mí, iré a dar la noticia a mi gente.
- Esperad, me tiene en gran curiosidad saber que tipo de ayuda especial puedes ofrecerme, tal como me dijo Gandalf.
- Tomadme en serio cuando os digo que yo mismo me he sorprendido cuando me habéis contado las palabras del mago. – Mentí, o al menos eso creo. Intuía que algo tenia que ver con la palantir, si no ¿por qué iba Gandalf a hablarle de mi al Señor de los elfos? Si él mismo no la había mentado, no iba a ser yo menos, sobretodo cuando no percibía ese gran momento de ayuda todavía.

A la mañana siguiente, tal y como me habían ordenado, pasé por la habitación de Elrond junto con Adnor y Natnos, los que elegí mis compañeros. El resto se quedarían esperando a Halbarad. Elrond nos indicó el camino a tomar, nos aprovisionó con víveres y ropaje y nos entregó un sobre lacrado con un mensaje para el rey Theoden. Así fue como partimos hacia el sur.

7.10.08

De mi llegada a Rivendel y mi conversación con Elrond (I)

26 de febrero del 3.019 de la TE

- Esta zona del Anduin es perfecta para descansar – mi compañero Adnor estaba realmente cansado y cualquier zona le parecería perfecta.
- No está mal, pero ahí algo en el ambiente que no me acaba de gustar – exclamé mientras echaba una ojeada a lo largo del río.

Viajaba en compañía de dos amigos, Adnor y Natnos. Los tres habíamos montado guardia en La Comarca desde mediados del 3.017 hasta que el 23 de septiembre del pasado año unos jinetes negros se adentraron en nuestras tierras y acabaron expulsándonos. Unos pocos volvimos a Rivendel en busca de consejo y nuevas órdenes, ya que Halbarad, nuestro capitán, partió poco tiempo atrás sin decirnos el motivo de su viaje.

Una vez en la casa de Elrond fuimos acogidos con amabilidad. La noche siguiente a nuestra llegada, y mientras conversábamos con un viejo hobbit, un elfo de la guardia nos invitó a acompañarlo. Éramos ocho los que nos encontrábamos en ese momento en la ciudad élfica, pero al llegar a las puertas de una estancia el guardia se volvió y nos espetó:

- Sólo aquél a quien llamáis El Extraño puede pasar. Orden del propio Elrond.
- ¿Y por que Athalas tiene ese privilegio? – acabó hablando Esbolel, después de estar unos segundos mirándonos fijamente entre todos.
- Orden directa del propio Elrond – se limitó a responder el elfo.

Aquella audiencia privada no me agradaba, pero si el Señor de los elfos quería verme sólo a mi, algo debía ocurrir, ya que nunca tuve el honor de conocerlo en persona y dudaba mucho que él supiera siquiera mi nombre.

- Tranquilos, todo va bien. Entraré yo solo, esperadme cerca.

El elfo esperó a que mis compañeros se retiraran un poco para acercarse a la puerta y decir unas palabras en su lengua. Desde el otro lado se escuchó un pequeño cruce de palabras entre las que pude identificar mi nombre.La puerta se abrió. Elrond, sentado en un gran sillón, se levantó al verme y me invitó a acercarme a una mesa.

- Debes de ser alguien muy valioso, Athalas, hijo de Eguilior, para que Gandalf te tenga en tan buena estima.

5.10.08

De cómo supe mi identidad y del comienzo de mi verdadera aventura.

A los pocos días había quedado con Faramir y me quedé dormido. Mi madre me despertó, mi compañero de aventuras había preguntado en casa por mí y ella le hizo entrar. Estuvimos un rato charlando en mi habitación mientras me preparaba cuando escuché que otra persona entraba en mi casa. Tenia la voz de un anciano, pero tenia fuerza y había algo en ella que animaba los corazones. A Faramir se le abrieron los ojos al oír al anciano y salio corriendo de mi habitación:

- ¡Mithrandir! – exclamo Faramir al verle – ¿Que hacéis aquí?
- ¡Joven hijo del senescal! No me imaginaba encontrarte por esta casa.
- Es la casa de mi amigo Athalas – dijo Faramir mientras yo salía de mi habitación tímidamente y miraba toda la escena estupefacto.
- Gandalf, este es mi hijo Athalas - rompió a hablar mi padre - Ya que hemos podido reunirnos aquí me gustaría comentarte cierto asunto.

Gandalf había venido a visitar a mi padre para informarle de la situación en La Comarca y de la necesidad de mantener vigilancia en esas tierras. No venia a pedirle que fuera él personalmente, pero el viejo mago se sentiría más tranquilo si así lo hiciera. Aprovechando que yo estaba en casa aun y que me encontré con ellos, mi padre decidió hablarle de la palantir. Con el paso del tiempo y mi madurez empezaría a entender correctamente todo lo que aconteció en esos días. Mi padre no quería revelar a nadie el hallazgo de la piedra de Osgiliath, pretendía utilizarla para el bien de los Montaraces y preservarla en secreto. No puedo entender que razón le llevaría a semejante acto de egoísmo, pero el poder es un arma que corrompe. Al menos supo reaccionar a tiempo y decidió contarle a Gandalf todo lo que ocurrió esa tarde en el río.

Nos sentamos a la mesa Gandalf, mi padre y yo. Faramir se quedó de pie y una mirada de mi padre le hizo comprender que tenía que marcharse. Pero el mago le retuvo, me miró a los ojos y le dijo a mi padre:

- Deja que se quede, es buen chico, mucho mejor de lo que aparenta y de todas maneras, tu pequeño Dúnadan se lo contará en cuanto estén a solas.

Esa pequeña intervención me hizo erizar la piel por dos motivos: porque me leyó el pensamiento y porque me llamo Dúnadan. No pude prestarle mayor importancia porque enseguida apareció mi madre con la esfera de cristal para mostrársela a Gandalf y empezamos una larga conversación sobre lo ocurrido, mis visiones y futuros planes de viajes.

La conversación con Gandalf duró hasta bien entrada la noche y al partir insistió en acompañar a Faramir a su casa con el pretexto de querer visitar a su padre, pero en realidad lo que quería el mago era asegurarse de que no soltara palabra de lo que había oído. En la mente de aquel muchacho de 18 años se habían introducido cosas nuevas como el hallazgo de la palantir de la tierra que en un futuro debería defender y que yo defendería con él, el crecimiento del poder de Sauron, la posible traición de Saruman y la necesidad de montaraces en el norte. Mi madre no habló en todo el día, pero en este último tema intervino para rogar al mago que no le pidiera a su marido que partiera a esas tierras, al menos no todavía, que no había recuperado todas sus fuerzas. Y a ese acuerdo llegaron. Mi padre partió a principios del año 3.001 de la TE hacia La Comarca junto con un pequeño destacamento de los suyos, dejando a su compañero Beler al cargo de los que se quedaban al sur.

Respecto a la palantir, Gandalf decidió que se quedara en mi casa, a salvo. Si era verdad lo que yo había visto, el poder de Sauron se estaba volviendo cada más fuerte si había conseguido utilizar una de las piedras. Por suerte, o por desgracia, la palantir de Osgiliath era una de las grandes y podía intervenir en las conversaciones que se mantuvieran entre las piedras pequeñas, cosa que ocurrió en mi presencia al hallarla en el río.

Desgraciadamente mi padre no sobrevivió a un ataque de trasgos al intentar cruzar el Paso de Rohan y antes de que finalizara la primavera de aquel año me fue revelado todo cuanto soy. Y heme aquí, Athalas El Extraño, hijo de Eguilior, perteneciente al pueblo de los Dúnedain, a mediados de febrero del año 3.019 de la TE, buscando el camino a casa cerca de los Saltos de Rauros después de haber montado guardia en La Comarca durante años y haber sido expulsado junto a algunos compañeros míos por un ataque de los jinetes negros en las fronteras de las tierras hobbits.

23.9.08

De como conocí a mi futuro Capitán

Durante los días siguientes, mi casa fue un continuo entrar y salir de gente. A los simples vecinos, atraidos por diversas y falsas noticias acerca de lo ocurrido, se le sumaban aquellos conocidos que nos ofrecían su ayuda y los compañeros de mi padre supervivientes al enfrentamiento. Al principio, todo esto pasaba inadvertido entre el bullicio de Minas Tirith, pero pronto mi casa, situada en el segundo nivel, atrajo la atención del resto. Mi sobrenombre de El Extraño empezó a ganarse más fuerza y una mañana en la que salí a practicar con el arco un muchacho mayor que yo estaba sentado frente a la puerta. Al verme se puso en pie y me miró tímidamente. Parecía querer decirme algo, pero no hizo el menor movimiento y me marché. Seguí viendo a aquel mozo los días siguientes, me lo cruzaba por la calle, en los puestos, en la taberna…siempre parecía buscarme pero nunca se decidía a hacer nada. Algo me escamaba en él, iba bien vestido y a veces la gente de alrededor le saludaba cortésmente. Habia algo en sus ojos, en su mirada, como si pudiera entrar en mi corazón o en mi mente y comprenderme.

Un día, al volver a salir a practicar, lo encontré de pie en la calle con su arco y su carcaj. Se me acercó y por fin se atrevió a hablarme: “Hola, me llamo Faramir, ¿tu eres al que llaman El Extraño, no? conozco un lugar donde tirar bastante bueno, ¿quieres venir?” Y así fue como empezó mi amistad con el hijo del senescal de Gondor, mi apodo fue el que le llamó la atención y el que le hizo interesarse por mi y buscarme. Durantes días, meses, saliamos juntos a practicar con el arco o la espada, a montar a caballo, acampar o simplemente jugar. Faramir tenia siete años más que yo, pero mi pronta madurez hacía desaparecer la diferencia, sólo notable por mi estatura. Mis padres recelaban al principio del bien de esta amistad, pero con el tiempo vieron que mi nuevo compañero no albergaba mal alguno, ni interés inadecuado, hacia mi. Sin embargo, el padre de Faramir no aprobabá que su hijo se mezclara con un niño del populacho, menor que él y apodado El Extraño. A pesar de eso seguiamos viendonos.

El apodo de mi madre tambien cobró más fuerza durante esos días, mi padre sanaba de sus heridas y poco a poco recuperaba su energia. Las visitas de sus compañeros no cesaban y traian nuevas noticias sobre el avance de la oscuridad. En unas de esas visitas mis padres discutieron. Beler habia venido y les habia estado contando que se requería la presencia de gente como ellos en el norte, en La Comarca. Mi padre insistia en ir, pero mi madre se negaba a dejar partir a su marido, todavía sin estar en plenas capacidades. Sea lo que fuera parecia importante, lo suficiente para que mis padres discutieran de la manera que lo hacian. Todo esto me perturbaba. Tampoco había recibido más explicaciones de la bola de cristal que encontré en el Anduín y eso me llenaba de frustación. “Si soy tan mayor para que me requieran en la lucha, ¿por qué me andan ocultando cosas sobre lo que yo encontré?” pensaba una y otra vez.

A los pocos días de esa noche todas mis preguntas recibirían respuesta, y precisamente de la boca de quien menos me podría esperar y quien tanto marcó mi futuro.

21.9.08

De mi infancia y de mi inesperado hallazgo (II)

Sin esperármelo, mi padre apareció en el tejado, me cogió y me lanzó fuera de la casa. Caí en un pequeño cobertizo de la parte de atrás. Me siguieron el resto de los hombres y más tarde mi padre. Me levanté corriendo y vi como los últimos que se quedaban en el tejado eran atravesados por las espadas de un puñado de orcos. Uno pareció vernos y se dispuso a disparar su arco, pero, con una rapidez que me sorprendió, conseguí coger una flecha del suelo y dispararla antes de que apuntara a una de nuestras cabezas. “Pues va a parecer que el chico tiene madera” le dijo Beler a mi padre mientras se secaba la sangre de la boca. “Es hijo mío, ¿qué esperabas?” le respondió entre risas mientras me empujaba para que corriera. Nos protegimos en unos árboles cercanos y esperamos a que los orcos se disgregaran un poco tras tranquilizarse la cosa. Estaban todos quietos y en guardia pese a que los orcos estaban a distancia “Papa, ¿por qué….?”quise preguntar, pero me mandó callar. Al poco una flecha silbó en el aire sin parecer querer alcanzar un objetivo claro, pero cuando cayó en el suelo un fuego prendió violentamente quemando a buena parte de los orcos, “¡Ahora!” gritó mi padre y todos salimos corriendo hacia las bestias preparando una carga.

Luchamos. Gritos, sangre, golpes, olor a muerte. Todo me era nuevo y estaba como fuera de mí. Cuando quise darme cuenta, estaba separado del grupo. Mi padre y sus compañeros estaban un poco más al norte y me fui desviando hacia el río. Quedábamos ya pocos. Era extraño que yo, un crío de 11 años, sobreviviera a hombres formados y con años de batallas. Pero esa suerte parecía estar dispuesta a cambiar. Una pequeña agrupación de orcos se percató de mi situación y se dirigieron hacia mi con actitud burlesca. No saldría de esa, el miedo me empezó a correr por la espalda y desembocó en un grito en mi garganta llamando a mi padre. Me escuchó, se giró buscándome y avisó a los que se encontraban junto a él. Empezó a correr hacia mi, pero el miedo me pudo más y marché en dirección al río, tal como él me dijo. Corrí todo lo que me permitían mis piernas impulsadas por el deseo de supervivencia y en seguida me encontré en el río. Seguí al Anduín corriente abajo mientras me perseguían los orcos y, detrás de ellos, mi padre y dos hombre más. Seguí corriendo, pero giraba la cabeza con frecuencia para ver la situación de mis perseguidores y tropecé. Me di de bruces con el río y gateando buscaba algo a lo que agarrarme para levantarme. Los orcos aun me seguían, pero mi padre ya les había dado alcance. Vislumbre unas ramas sobresaliendo de la orilla formando un pequeño recoveco y pensé en esconderme allí, pero logre ponerme de pie y ver como los orcos mataban a los compañeros de mi padre y él apenas resistía las embestidas. Fui en su ayuda pero una fuerza invisible me engarrotó el cuerpo. No podía moverme, se me cortó la respiración y una luz cálida como el fuego surgía entre mis pies. De pronto se desvaneció, la fuerza me soltó y pude ver que de entre las ramas brillaba algo que parecía fuego, pero estaba cubierto de agua. Quise alejarme de allí y ayudar a mi padre, pero no era dueño de mi cuerpo. Me acerqué a la luz, metí las manos en el agua y saqué una esfera perfecta de cristal. Era cristal negro, pero en su interior había una llama intensa, una llama atrayente. Me quedé largo tiempo observándola mientras brillaba y no lograba entender lo que pasaba. El fuego revelaba imágenes, eran orcos, orcos distintos contra los que estábamos luchando, una torre oscura, un hombre vestido de blanco con larga melena y barba cana. Luego un volcán y finalmente al hombre de blanco arrodillado de dolor. Y tal como empezó se acabó. La luz se apagó y quedé liberado del embrujo. Por unos instantes me quede inmóvil, como sin consciencia pero despierto, pero en seguida se me pasó y busque el lugar donde mi padre estaba siendo atacado. Ya no había orcos, compañeros nuestros habían llegado y acabaron con ellos, pero entre ellos no se encontraba mi padre. Con la esfera bajo el brazo corrí hacia ellos y pude ver que mi padre estaba tirado en el suelo. Herido por todo el cuerpo se intentaba mantener con vida pero le costaba.

Al verme llegar, los hombres me miraban con cara de desconsuelo, pero cuando se dieron cuenta de lo que llevaba bajo el brazo sus expresiones cambiaron a asombro. “¿Dónde has encontrado eso?” me preguntaban y les conté todo lo que me paso. “¡Debemos llevarte a ti y a tu padre a Minas Tirith de inmediato!” cogieron a mi padre y lo llevaron al poblado. Los orcos habían huido, solo quedaban en pie algunos de nuestros compañeros. Muchos habían muerto. “Debemos aprovechar esta pequeña calma” sugirió uno de los hombres. Beler surgió de un grupo para venir a toda prisa hacia nosotros al ver la situación. Antes de llegar, un hombre se le adelantó y le comento algo mientras me señalaba disimuladamente que le hizo abrir los ojos de asombro. Con la cara desencajada vino hacia mi, me cogió de los hombres y me hizo acompañarle “Vendad a Eguilior y buscad algo para que aguante hasta llegar a casa. Tiene que llegar vivo” Beler me apartó de mi padre y del grupo y me metió en las ruinas de una casa. Me pidió que le contara con toda clase de detalles lo ocurrido. Su cara reflejaba alegría, alivio, a la vez que preocupación y miedo. Le pedí que me explicara que ocurría, pero no me dijo nada.

En cuanto prepararon a mi padre, Beler y cuatro hombres más lo subieron a un caballo y nos acompañaron hasta Minas Tirith. Cabalgamos a toda prisa, dejando al resto en el poblado en ruinas apilando cadáveres de orco. Tardamos la mitad de tiempo en volver a casa de lo que nos llevo llegar al lugar de la batalla. Aunque llegamos de día, aguardamos a la noche para entrar sin ser vistos por demasiada gente. Yo seguía llevando la esfera, aunque Beler me aconsejó que la mantuviera escondida y la protegiera si algo pasara.

Al fin llegamos a mi casa. Mi madre salió a recibirnos entre lloros. Beler ayudo a mi padre a tumbarse en la cama y antes que nada le susurro a mi madre algo al oído. Mi madre se giró hacia mi y me pidió la esfera. La cogió, la observó durante un instante y enseguida la envolvió en un trozo de tela y la escondió en un arcón bajo llave. No sabia nada de lo que ocurría, ni porque mi padre era mas vital que nadie como para mantenerle la vida, ni porque todos susurraban sobre mi, ni sus caras desencajadas ni porque tanto misterio por la esfera. No sabia que yo, un montaraz de 11 años había encontrado la palantir perdida de Osgiliath después de más de 500 años.

10.5.08

De mi infancia y de mi inesperado hallazgo (I)

Nací un 22 de mayo del año 2989 de la TE en la ciudad fortaleza de Minas Tirith. Mis padres me criaron con Hombre normal, no revelándome mi verdadera naturaleza hasta la muerte de mi padre. Yo sabía que no era como el resto de los niños de la Ciudad Blanca. Mi padre no solía ir trabajar, es más, no tenía un oficio fijo. Un tiempo estaba en las caballerizas, otro ayudando en el matadero o adiestrando a los soldados, pero nunca le enseñó a nadie lo que a mí. Mi padre se marchaba temporadas y no volvía hasta pasado unos meses. Nunca supe con quién se reunía ni qué hacía hasta que me fue revelada mi condición.

Me solía llevar a los bosques cercanos y nos llevábamos horas, incluso a veces días, observando animales y bestias, plantas, ríos, arroyos y todo de lo que Eru dotó a la Naturaleza. No solía jugar con el resto de los niños ni aprendí un oficio. Sin embargo, con 8 años sabía distinguir el graznido de las aves, la dirección del viento y el sol, las plantas y leer señales en los árboles y caminos. “Te ha tocado vivir tiempos difíciles, Athalas, tienes que madurar y aprender rapido, es tu única esperanza”, me repetía mi padre cada vez que me sacaba de la cama temprano. Con 10 años montaba a caballo y me defendía con la espada y el arco. No tardé en pasar de ser el hijo de Eguilior el Extraño a ser propiamente Athalas el Extraño. A partir de entonces empecé a salir con mi padre a cazar a los bosques. O eso es lo que yo creía. Nos encontrábamos habitualmente con un grupo de hombres en los lindes del Bosque Gris e íbamos de caza. A veces los hombres se reunían y me pedían que fuera a practicar con el arco o a recolectar algo lejos de ellos. Ese secretismo fue uno de los primeros hechos que hicieron darme cuenta que no todo parecía lo que era. Sin embargo, un día, mi padre me despertó en plena noche. “Atha, levántate, vamos a partir”, me dijo mientras me ponía de pie y me colocaba una capa verde pardo con caperuza de las que él usaba. Era de mi tamaño, casi hecho a medida. También me dio una espada y un arco nuevo con varias flechas que nunca había visto. “Hoy vamos a hacer algo diferente, es hora de que aprendas por ti solo” estas palabras de mi padre, mientras salíamos de mi casa y despedía a mi madre, a la que no lograba consolar del llanto, hicieron que cayera presa del pánico. “Todos estos años de entrenamiento van a ayudarte esta noche” Íbamos a cazar orcos.

Corría el año 3.000 de la TE e Ithilien, el hogar de mi familia, estaba empezando a sufrir las primeras oleadas de orcos. Nos encontramos en Osgiliath con el grupo de hombres con los que solía cazar. Todos iban vestidos con el mismo manto, igual que el que yo llevaba. Cruzamos el río y nos dirigimos a una zona despoblada de Ithilien. Conforme avanzábamos se nos unían más hombres vestidos de igual manera. Al cabo de dos días el grueso llegaba a parecer un pequeño ejército. Por el camino no dejaba de escuchar a los hombres hablar de orcos, la Sombra, Sauron y La Comarca. Llegamos a nuestro destino. Estábamos en el margen derecho del Anduín, a la altura de la desembocadura del Erui. Esperamos a la noche refugiados en unas pequeñas ruinas que parecían pertenecer a un pequeño poblado pesquero.

El largo viaje y la espera hicieron mella en mi. Mi padre me despertó al poco de caer el sol. Tenían las antorchas apagadas y muchos estaban ya con las espadas desenvainadas. Un olor nauseabundo flotaba en el aire y se oían gritos en una lengua desconocida para mí. “Son demasiados Eguilior, han tenido que venir más del sur. No tenias que haber traído al crío, escóndelo en algún rincón”, le espetaba Beler, compañero de mi padre. “Tiene edad de luchar, tiene que aprender a defender y proteger lo suyo, dentro de poco su edad no será limitación para sobrevivir. Es uno de los nuestro Beler, ¿o el miedo te impide pensar, viejo?” ambos rieron. Por aquella época no entendía lo de “viejo”, mi padre y ese hombre no aparentaban más de 30 años, pero en realidad rondaban los 60. Entonces empecé a verlo todo claro. Yo formaba parte de algo, parecía parte de un ejército, de una lucha. La Sombra, orcos, todos estos años de entrenamiento….entendí entonces que mi padre me preparaba para una guerra. “Athalas escucha, ahí afuera hay orcos en gran cantidad, pero nosotros somos muchos y conocemos el terreno. Esta fue nuestra tierra y tenemos poder sobre ella. Recuerda todo lo que te he enseñado. Abre los ojos, escucha a la tierra y nadie podrá pararte. Ahora sube al tejado y prepárate con el resto, yo me quedare aquí abajo defendiendo la entrada. No temas separarte de mí. Si algo va mal, corre al río. Busca un recodo y escóndete”. Por unos momentos tuve miedo, me temblaba las manos y apenas alcancé a asentir con la cabeza a mi padre. Él lo intuyó y poniéndose de pie me puso una mano en el hombro y con la otra me levantó la cara “Eres un Hombre. Defiende Gondor, defiende la tierra, defiende a los tuyos” No se que fue, pero el miedo se me esfumó y un calor furioso me invadió todo el cuerpo. De pronto se oyó el silbido de una flecha y después otra que desencadenó en una lluvia de salvas. “¡Corre! ¡Al tejado!” Subí corriendo y allí estaban apostados otros hombres. Cogí el arco, una flecha, la tensé y me asomé. Una inmensa cantidad de orcos corrían de un lado a otro gritando en algo que parecía unos gruñidos más que una lengua. Empecé a disparar. Pequeñas ráfagas de flechas surgían de los tejados de las casas contiguas dejando un pequeño rastro de orcos muertos. El poblado apenas era una callejuela que desembocaba en un puerto destruido en el río. Los orcos invadían la calle y eran abatidos desde las casas. Una primera orda fue detenida, pero en seguida llegaron más. Cada vez más. Las flechas se acababan y los orcos empezaban a tirar las puertas apuntaladas de las casas. Oí a mi padre gritar dando ordenes. Me sorprendió, mi padre siempre fue una persona seria, pero nunca lo vi ordenando. Después supe que yo, Athalas, hijo de Eguilior, era hijo del Capitan de los Montaraces.

2.5.08

De como nací y de lo que alrededor acontecía.

Año 2.954 de la Tercera Edad del Sol.

El año del miedo. El año de la Sombra. El año en el que mi familia, junto con el resto de habitantes, huye de Ithilien. Lo que a principio fue un resplandor de fuego ha ido tornando en una sombra que engulle toda luz a su paso.

Sauron vuelve a coger fuerzas. El Monte del Destino vuelve a funcionar. El Concilio Blanco celebró su último encuentro el año pasado y la esperanza se empezó a disolver: Saruman, que comienza a corromperse por el Anillo, engaña al resto para que partieran. Gandalf viaja a La Comarca, Radagast se dirige al Bosque Negro y los elfos retornan a sus reinos. Hasta el más puro puede sucumbir a la Sombra.

Con Osgiliath medio destruida, mis padres tienen que asentarse en Minas Tirith. Yo, Athalas, hijo de Eguilior el Extraño y Nessa la Sanadora, defensor de Gondor, criado como Hombre normal, vendré a esta tierra en el año 2.989 de la presente Edad.

Aquí empieza mi relato. Aquí empieza mi diario y mi historia.